Un Ladrillazo

Un ladrillo puede cambiar tu vida... depende como lo recibas
Un ladrillo puede cambiar tu vida… depende como lo recibas

(Adaptación de un e-mail-cadena)

En el rumor de la noche, en el espacio entre el sueño y la vigilia, la mano del conductor está firme. Ha luchado muchos años por ahorrar dinero para comprar este auto, es un maravilloso Audi, color perla metálico, brillante. La noche que inicia, una vez más, es un espacio abierto para que la imaginación se explaye, mas Rubén sabe que tiene que manejar con cuidado, las calles son peligrosas y él no quiere que le dañen el carro de sus sueños cumplidos.

 

Pamito conduce en otra parte de la ciudad otro tipo de vehículo. La silla de ruedas de su hermano es muy grande para él, lo sabe, pero no le incomoda mucho, a sus diez años ha aprendido a realizar la tarea de niñero de Jonchito: su hermano mayor que sufre de retardo mental grave. Los médicos hablan de autismo profundo. ¿Qué es eso y con qué se come?, se pregunta el niño. No importa, lo que ahora le preocupa es que llegarán tarde a su casita, luego de vender caramelos en la esquina de esa avenida de todos los días.

 

El Audi está también retrasado. Su conductor, ese joven de suaves manos que maneja diestramente, lo ha adquirido a precio de villano. El sistema que contiene el vehículo es espectacular: air bags, detección electrónica de fallas, freno de emergencia anti impacto, cambios mecánicos suaves… un lujo. Las llantas se deslizan suavemente pese a que las calles andan con huecos y baches. Las curvas son tomadas con pericia, hombre y máquina se entienden, como si el destino de Rubén fuera desde siempre poseer ese carro, tenerlo y disfrutarlo. Es su primer día juntos y las aventuras que recorrerán se vislumbran como épicas.

 

Rubén es un joven y exitoso ejecutivo que llegó donde está a puro punche. De niño le decían “cholo”, eso marca el alma, en especial en un país donde todos tienen sangre andina. Con el tiempo aprendió que la “choleada” no era de gratis, se debía principalmente a ese sentimiento de inferioridad de los demás, que quieren resaltar entre todos aunque sea por el color de la piel. Fue una lección milagrosa que le motivó a destacar por el estudio, sin importar las veces que lo trataran de bajar con insultos, apelativos o rechazos amorosos.

 

Lastimosamente, en el camino se olvidó de varias cosas, entre ellas su familia. Cuando llegó a una ciudad mediana a estudiar en la universidad, su hermano menor fue un estorbo siempre permanente, porque no estudiaba y prefería jugar en vez de escucharlo en sus teorías de crecimiento económico y más vainas. Eran lecciones que a un chico de 14 años no interesaban demasiado. Por eso, cuando se graduó, le prometió tratar de llevarlo a esa ciudad de edificios grandes, con el tiempo la promesa se diluyó en el intrincado horario que tenía en la gran empresa donde trabajaba. A veces, como un paliativo para su conciencia, imaginaba que en temporada de vacaciones volvería a esa ciudad a ver qué fue de su hermano. “Los años pasan Rubén”, le decía su conciencia constantemente, pero los horarios, las amigas, los amigotes o el trabajo la acallaban…

 

Para Pamito, su hermano Jonchito era casi todo. Su madre paraba enferma y necesitaba de los soles que conseguían ambos en las calles para que sobrevivan diariamente. Eran soles arrancados a la vida de una manera brutal, vendiendo caramelos, limpiando carros, vendiendo videos piratas o agua mineral en los meses de calor. La competencia con otros chiquillos era feroz. Un día hasta le ofrecieron alquilarle a su hermano, porque al parecer “daba más lástima” tener un hermano inválido. Ese día se trompeó hasta que lo separaron de ese chico mayor. No había insultado realmente a su hermano, pero sintió que lo estaban tratando como sólo un objeto, cuando para él era SU HERMANO, porque en su escaso vocabulario no encontraba las palabras para describir mejor sus sentimientos. 

 

Rubén no sabe por qué toma esa calle. De repente, el instinto de tantos años manejando le indica que debe cortar camino y se interna en esa avenida descongestionada y de alta velocidad. Pamito también toma el camino largo por esa avenida, tratando hacerse más fácil el camino empujando la silla de ruedas hacia su casa, cuando en eso sucede lo inevitable. Rubén de repente siente un estruendoso golpe en la puerta derecha de su vehículo. Con pericia, controla su máquina y se detiene a un costado de la avenida. Al bajarse ve que un ladrillo le ha estropeado la pintura, carrocería y vidrio de la puerta de su lujoso auto.

 

Se sube lleno de enojo. Da un brusco giro de 180 grados; y regresa a toda velocidad al lugar de donde pudo salir el ladrillo que acababa de desgraciar lo hermoso que lucía su exótica adquisición. Cuando llega a esa parte, se baja de un brinco del carro y agarra por los brazos a Pamito, empujándolo hacia el auto estacionado le grita a toda voz: «¿Qué mierda hiciste, ahh?, ¿Quién eres tú?, ¿Qué crees que haces con mi auto?». Y enfurecido continúa gritándole al chiquillo: «¡Es un auto nuevo, y ese ladrillo que lanzaste va a costarte muy caro!”.

 

«Por favor, señor, por favor, lo siento mucho, no sabía qué hacer», suplica el chiquillo. «Le lancé el ladrillo porque nadie se detenía, nadie quería parar»... Las lágrimas bajaban por sus mejillas hasta el suelo, mientras señalaba en la vereda a un costado del auto estacionado. «Es mi hermano», le dijo, “se cayó de la silla de ruedas y se ha golpeado muy fuerte… y yo no puedo levantarlo…»

 

Rubén está impactado, suelta lentamente al niño. Pamito le pregunta anhelante: «¿Puede usted, por favor, ayudarme a sentarlo en su silla?, está golpeado y pesa mucho para mí”. Visiblemente impactado por las palabras del chiquillo, Rubén traga la gruesa bola que se le forma en su garganta. Emocionado por lo que acababa de pasarle, levanta a Jonchito del suelo y lo sienta nuevamente en su silla y saca su pañuelo de seda importada para limpiar un poco las cortaduras y las heridas del hermano de aquel niño.

 

Luego de constatar que se encuentran bien, miró al chiquillo. Pamito le da las gracias con una sonrisa que no tiene posibilidad de describir nadie… «DIOS lo bendiga, señor y muchas gracias», le dice. “¿Queda muy lejos tu casa?”, pregunta Rubén. Y después sube a los dos a su lujoso Audi. Cuando los deja a pocos metros de la humilde vivienda, Rubén ve cómo se aleja el chiquillo empujando trabajosamente la pesada silla de ruedas de su hermano, hasta que entran por esa puerta, a su hogar.

 

Ya de camino hacia su propia casa, recuerda el departamento lujoso, pero vacío. Sus almuerzos con mujeres bellas, pero que lo mismo lo dejan solo una vez que lo terminan de amar. Cuando llega a su casa llama por teléfono a esa ciudad de la cual no recuerda mucho y conversa largamente con una voz madura y decidida que perdona, sin decirlo, la ausencia de años…

 

¿Somos ciegos por no creer o por que no queremos ver?

Cuando no vemos es porque ignoramos algo...

Cuando no vemos es porque ignoramos algo...

“En este film velado en blanca noche
el hijo tenaz de tu enemigo
el muy verdugo cena distinguido
una noche de cristal que se hace añicos.
No lo soñé -¡ieee-eeeeh!
(se enderezó y brindó a tu suerte)
y se ofreció mejor que nunca
¡No mires por favor! y no prendas la luz…
La imagen te desfiguró-¡uouo!.
Jijiji-Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota

Ustedes podrán ver lo escrito en esta hoja digital. Pero para mí, sólo será una textura plana que no me dirá nada a menos que se edite en un sistema informático Braille. Me acuerdo que aprendí a leer los puntitos sobresalientes hace más de 10 años en uno de mis viajes por Lima, poco me ha servido valgan verdades, pero saber algo más es bueno. Para un ciego de nacimiento como yo, el conocimiento es algo importante, ya que no veo lo que está a mí alrededor, lo que puedo hacer entonces es cantar…

Un día, allá por mi niñez alguien me escuchó cantar un wayno –Concepción, tu hijo canta relindo- le dijeron a mi madre, y ella -¡que va, no me lo ilusiones a mi falladito!-. Era para matarse de risa cuando en las tardes me acercaba a donde estaba ella, así, calladito y le cantaba una canción. Eran días tranquilos, porque al pueblo me lo conocía como la palma de mi mano y hasta podía jugar a las carreras con otros niños.

Pero no sé, algo siempre me lazaba a caminar más allá de donde terminaba el pueblo, aventurarme por los caminos hacia la ciudad grande. Un día de pronto, me encontré camino a Puno. No sabía que realmente iba a hacer con mi vida, o si existía un destino para mí. En el mismo carro que me llevaba improvisé unas canciones por las cuales me dieron unas monedas. Al ayudante no le cayó en gracia eso de dejarme cantar, pero el chofer al parecer lo apaciguó.

Me da pena recordar, pero apenas caminé un poco por las calles de esa ciudad cuando me robaron lo poco que tenía. No sé si ustedes lo verán de esta misma manera, pero yo sentí una angustia terrible, como si todo se me volviera más negro, como si me hubieran arrancado algo de mí dentro, es horrible la sensación cuando en un momento no ves la solución a tus problemas, y yo sé porque se los digo.

APRENDER A CAMINAR

Pues sí, para caminar por los caminos del Señor sin más ayuda que tu oído es difícil. El bastón retráctil te ayuda, pero es más instinto y sexto sentido. Para cruzar una calle con carros debes estar atento al sonido de las llantas y del motor, para no chocar con personas te debes fijar en su voz, si están calladas y no se hacen a un lado, fijo que te chocas. Hay personas que no se compadecen fácilmente y te hacen a un lado con violencia. ¡Qué de insultos no me he tragado yo!, de todo calibre y forma, en especial los primeros días que me puse a pedir limosna.

Aprendí que nadie te da nada por nada, en mi caso me veían joven y robusto (bueno así me dicen que era antes), así que me mandaban a trabajar o me decían que me estaba haciendo el chueco -me hago el ciego- respondía en broma. Y me termina yendo de esa esquina porque el negocio no andaba. Intenté trabajar en otras labores pero mi incapacidad es absoluta para ciertas cosas.

VIVIRÉ, CANTARÉ…

Mi ceguera es congénita y mi nombre es Miguel Mamani Condori. Mi bisabuelo dicen que era peor porque a él le faltaba una mano, pero así y todo se dio maña para embarazar a 5 mujeres. Yo por mi parte no tengo hijos. No sabría que podría hacer con ellos, creo que me daría tristeza no verlos crecer, por eso no me enamoro, aunque a decir verdad me pasa de vez en cuando, y es que algunas chicas se interesan por mi, porque dicen que canto bonito y esas cosas, y yo les hago bromas y escucho su risa cantarina y me siento fugazmente feliz, pero al irse ninguna me promete regresar o volver a vernos, bueno es un decir.

Para poder pasarla solo hay que tener fuerza de voluntad y con las canciones a mi no me iba mal. En las calles cuando pasaba cantado me decían que lo hacía bien y me recordaban las palabras de esa persona que me halagó cuanto tan chiquito yo era. Así que intenté hacerlo para que me dieran una limosna y ¡resultó!.

La primera vez fue en la Plaza de Armas de Puno, cuando ya no tenía nada que perder porque ya estaba durmiendo en la calle. Me acuerdo que canté una de Manolo Galván sobre un chiquillo que no quiere ir a la escuela. Me dio terror, no escuchaba nada y creí que estaba cantando al vacío. Hasta que una moneda se posó en la palma de mi mano. Después otras más se acomodaron en mi bolsillo y tuve lo suficiente para comer y pagarme una cama en un tugurio.

Las cosas no me iban mal desde entonces. Pero no sé, las ansias de viajar siempre me persiguen y yo les doy gusto. Así pues que aprendí a conocer la fechas de festividades de pueblos y me iba con la gente hasta las ferias y allí me ponía a cantar. A veces me botaban a veces me felicitaban y las más me aplaudían. Aprendí que el aplauso es más gratificante muchas veces que el dinero, a no ser que sea un plato de comida caliente y casera, cosa que siempre extraño. Y es que a mi pueblo ya no regresaré, mi madre murió y mis hermanos por donde están, no sé.

Así empecé a viajar por varios sitios, por Cuzco, por Madre de Dios, Tacna, Ayacucho, Moquegua y hace poco en Arequipa. Allí me fui a la Plaza de Armas donde dicen se encuentra la Catedral más bonita del país, le pedí a una persona que me la describiera y puede ser que si lo sea, no lo puedo decir bien porque la explicación no fue satisfactoria. Y es que: que no daría por tener alguien que me relate lo que ve, las formas, las caras de las personas, los edificios, para saber y tener en mi memoria las imágenes que me formo con sólo contármelas.

Allí en Arequipa un periodista muy entrometido me malograba el show, porque estaba ñequete ñequete preguntando que de donde era, que por donde había estado y demás cosas. Al final comprendió que yo vivo de cantar así que me esperó hasta cuando me agoté y me retiré. Con el tiempo he mejorado mi actuación. Ahora tengo un tocacasette a pilas y varias pistas de canciones sin la voz del cantante, de manera que hago eso del Karaoke. En un momento alguien grito que –no sabes que tienen más de trescientas personas aplaudiéndote-, me alegré bastante, pero hubiera preferido que todas ellas me hubieran dado algo, pero así es el espectáculo. Cuando finalicé mi acto me fui con el periodista a comer un almuerzo al mercado San Camilo, allí le conté algunas cosas que me aseguró escribiría en un diario. Le dije que no me importaba que contara con tal que pudiera decir que los ciegos somos personas que no nos dejamos vencer fácilmente, que somos intuitivas, que pensamos profundamente y que eso no es aprovechado. Con mis años de viajar he aprendido más que muchos y sólo por escuchar, por estar atento. Las personas pasan su vida sin escuchar a nadie, ni el susurro de un niño, ni el aletear de una mariposa, o el rumor de la voz de Dios en el mar…

Eso le conté y le hice pagar el menú. Ahora estoy camino a la fiesta de La Virgen de la Candelaria. Él no sabe a que lugares después me iré, pero se imagina que puedo irme a La Paz, o a Brasil ¿porqué no?, si he estado en Lima y allí es un infierno, porque no irme a otro país, yo no miro fronteras que me lo impidan y si no me dejan pasar, canto una canción de Nino Bravo, esa de “Libre” y a ver si no me dejan pasar.

VER PARA CREER

Si pues soy un caminante que no mira el camino, pero que escucha la canción de Dios en el universo y por eso canto, de todo, para matizar de vez en cuando canto algo de Chicha o de Cumbia, pero en su mayoría de la Nueva Ola, porque he sentido como la gente responde a esas canciones románticas y llenas de esperanza y amor, que me hacen sentirme útil si puedo arrancar un suspiro de recuerdos a las personas, para que se imaginen tiempos mejores. A veces pues me dan ganas de ver de ver un instante esas caras que me miran y que me observan. ¿Qué dirán?, no lo sé sólo escucho el rumor de los aplausos y al final de la noche, cuando tengo un buen día y el estómago esta tranquilo, puedo soñar con verlos, ver una multitud de personas a mi alrededor y yo cantando para ellos, puestos sus ojos en mi, mientras tanto viajo por el mundo para descubrir mi destino que sé aún no he encontrado…

Tu Niñez Bajo Tierra

Eres un niño que pierde la niñez bajo tierra y tos sangrante

Eres un niño que pierde la niñez bajo tierra y tos sangrante

“Sombríos días de socavón,
noches de tragedia,
desesperanza y desilusión
se ciernen en mi alma…”
El Minero-Wayño boliviano

Tu niñez bajo tierra

Imagina ahora que eres como un gusano que se arrastra por los socavones. Como un gusano te sientes comiendo tierra y polvo y escupiendo sangre, mientras que con un cincel y un martillo, intentas arrancar pedazos de piedra pómez de las paredes, pensando siempre en que momento se me caerá encima el techo del túnel, en que momento cederá el pilar de madera podrida y me enterrará sin ver por última vez a mi madre…

Ernesto Sábato graficó en su novela “El Túnel” un largo pasadizo mental en el cual las ventanas de luz era nuestra niñez a la cual siempre queremos regresar, en este caso, la luz te indica que ya vas a salir del hueco y que eres niño, así que no hay lugar mejor a donde ir, si vale eso de que cuando niños fuimos más felices.

Imagina que tienes 12 años y que desde los seis te has metido en cuanto hueco te ordenaron tus padres. Ahora piensa en que el colegio esta vedado para ti, que los otros niños del barrio te llaman “topo” y tus juguetes son los huesos que te encuentras mientras excavas o los perros callejeros que te acompañan son tus amigos. Quién sabe, los demás niños se animen a jugar en la tarde a la esconde esconde, pero ¡cuidado!, no lo hagan en los socavones, podrían caerse y matarlos como le sucedió a Paquito hace dos años y nadie dijo nada, ni sus padres porque tú y tu familia están al margen de la ley.

No lo vas a entender bien, repito que tienes 12 años y no sabes leer ni escribir y tienes que estar todo el día sucio que ni tu cara conoces bien. En las noches frías de la casucha donde vives, el frío se cuela por los intersticios de las calaminas. En las mañanas, puedes ver desde la altura de tu cerro que la ciudad está cubierta por una nube negra, y así no te sientes tan mal por estar también sucio.

En el desayuno tienes que aprovechar para bromear, ser espeso con tus otros hermanos y tratar de que tus padres no te manden al hueco. Pero no es así. Terminas tu leche aguada con algo de cereal repartido por la Municipalidad y te vas con tu pico y tu saco de polietileno para recoger los pedazos de esa piedra blandita pero que te hace toser con el polvito que sale. Eso te recuerda que mejor no te enfermes de gripe, porque así con fiebre y todo tendrás que trabajar.

Pero con todo, tu suerte es mejor que la de tu hermano mayor, el cual se vino a la ciudad con una enfermedad rara, producto de los gases que inhalaba allá en las torteras de Caravelí. Porque él trabajó desde chiquito sacando oro con tu padre, pero cuando este cayó enfermo y se tuvo que venir a la ciudad tu hermano se quedó. No sacó oro, o en todo caso lo que sacaba se lo chupaba o gastaba en mujeres, mientras su adolescente cuerpo respiraba al azogue y el cianuro que lo mató lentamente, porque viéndolo ahora, todo flaco y demacrado, no puedes pensar en que este vivo y te da miedo. Debes tener miedo, porque tu final puede ser igual.

Hemos dicho que no sabes leer, pero de repente exageramos, de repente si sabes a punta de percibir tu cercano mundo, donde las palabras pan, leche, arroz y otros nombres que identificas con bienestar con saciedad, no con esa que te hace tragar tierra y te sientes pesado, no, una saciedad de conocimiento por seguir leyendo y aprendiendo. ¿Cuándo se acabará eso?, te preguntas y se lo preguntas a tus padres, pero ellos no ven en ti a un hijo sino a un trabajador y no te enteras que por lo menos deberían darte un porcentaje de lo que sacan vendiendo los trozos de piedra.

La radio una vez tocó música bonita contando la historia de unos hombres que se la pasaban los sombríos días en un socavón, desesperanza y desilusión se sienten en tu alma, y así, pasando los días voy como buen minero y a Dios le pides morir y vivir en el santo cielo. No es tu historia, sabes que no lo es porque allí, en la parte alta de Jerusalén en Mariano Melgar, no existen minas, no hay oro que sacar ni cobre, sólo una piedra que sirve para que la gente se saque el chuño como dicen y para lavar jeans para eso trabajas, para que otros disfruten de tu trabajo raspando sus excrecencias. ¿Lo comprenderás algún día?, esperas el sueño intermitente que te alivie el dolor de ser un “topo”, un niño topo que se mete como gusano en los socavones para sacar la piedra, con el miedo de volver a encontrarte con una calavera, con los sueños de jugar en una escuela y patear un balón.

Si pues, hace unos días vinieron unos señores de terno con policías y máquinas que cerraron tus huecos. Sólo taparon ocho de los 38 que hay y dijeron que estabas siendo esclavizado, y que tus padres eran unos explotadores y que tanta cosa. Luego se fueron y vino un fotógrafo y te dijo que te daba un saco de arroz para que entraras con tu hermana menor a un socavón e hicieras como que trabajabas. Al tipo le divirtió su trabajo, retratándote como si fueras un animal de exhibición. Al otro día viste tu foto y hasta te alegraste, pero después recordaste eso de esclavo y lo tratas de entender. Pero ¿cómo van a tratarte como esclavo tus padres? No logras entender esa figura y menos te importa las promesas que te hicieron esos señores de terno sobre mejorar sus condiciones de vida, si es que tanto tiempo ha pasado sin que nadie se preocupe por ustedes y vienen ahora a prometerles ayuda, cuando lo que están haciendo es cerrar su trabajo. Esas cosas bullen en tu cabeza, las contradicciones…

Y despiertas, porque esta no es tu vida, porque entraste a este blog y te hemos hecho imaginar estas cosas que no te pasan a ti, pero sí a los 20 niños que, aún, como gusanos, todas los días se meten en los socavones para arrancarle a la tierra nada más que muerte y denigración…