Virginidad salvada

Marcos amaba con todo el corazón a su enamorada Lizhet. ¿Cómo lo sabía?, fácil, porque cuando su mente empezaba a sentir cosas tranquilas al pensar en ella, era el chico más feliz de Independencia. Inconscientemente sonreía y hacía bromas bobas en frente de su amada para que se ría y después irse tarareando una canción romántica de moda. En la combi se va pensando en ella y en las cosas que le dirá mañana, de manera que al acostarse, pudiera abrigarse bien con las frazadas, hacerse un ovillo de piernas y brazos y sentir que la abraza y besa y…

 

Los días son cálidos en su ciudad. Para llegar a la casa de ella, luego que sale del trabajo, tiene que atravesar los canchones de tierra, donde nunca se construían las lozas deportivas o los parques prometidos. Las calles, que de día las sentía familiares, de noche se convertían en un peligro. Las historias de violaciones eran frecuentes por esos lares sin ley. Pero era de día y al llegar a la casa de Lizhet, sentía que no había peligro que no enfrentara por ella.

 

Se quedaba hasta que los padres de ella empezaban a bostezar en la sala que paraba llena con toda la familia reunida mirando la tele, donde las novelas mexicanas eran el plato fuerte. Los tórtolos se sentaban juntos, con las manos entrelazadas y sudando. De rato en rato, los nudillos de él acariciaban lentamente y por un instante el muslo de ella. De vez en cuando ella sacaba un dedo entre la prisión de sus manos para hincar despacio y delicadamente por un segundo el muslo de él.

 

Para la despedida el beso que ambos se daban les dejaba una sensación de vacío en el estómago. Levemente él tocaba con sus labios los de ella para entreabrirlos lentamente mientras inclinaba la cabeza para acomodarse y acariciar suavemente la lengua de su amada con movimientos rítmicos, mientras, se apegaba ella despacio para que sienta toda la sensación de enervamiento que creaba en su cuerpo. Por un momento escapaban de este mundo para imaginarse a dúo una situación más profunda, donde las ropas no sean impedimentos y la piel con piel entone el himno de la consumación del amor que sentían.

 

La calentura que avanza

La situación no podía continuar así. Largas discusiones sobre sus necesidades de hombre y los reparos de ella por entregarse hicieron que se separaran por semanas enteras, hasta que él siempre regresaba con disculpas por su calentamiento continuo. La situación (llegaron a un acuerdo por fin) sólo se solucionaría en la cama, sí, pero en una cama matrimonial. Él no era santo, ella lo sabía, pero la amaba, lo repetía. Casamiento entonces se decidió.

 

Los padres de ella escucharon las razones de él. Fue sin padres a la pedida de mano porque era huérfano. Pero llegó con el dueño del taller donde trabajaba desmantelando coches. Era Don Carlos, quién era respetado por casi todo Independencia. Los padres seguían sentados sin decir ni una palabra mientras el muchacho les explicaba cómo iba a mantener a su hija de 17 años con un sueldo de mecánico y el nuevo cachuelo que le había conseguido su jefe, previa venia del Perico, dueño de los destinos del pueblo, para que trabaje en la zona turística como pasero.

 

Cuando terminó la explicación. El padre pidió hablar a solas con su mujer en la cocina antes de dar una respuesta. –Entiendan, es difícil para nosotros-, dijo. En la cocina explica a su mujer lo que ella no entiende de los hombres. Primero le pregunta sobre la pureza de la hija y con esa base le dice que si no se casan es posible que ella se entregue al chico y quede embaraza y el otro se vaya sin más responsabilidades. –Siquiera casados ya es algo de seguridad para ella-, le dice el padre con una lógica que devasta peros y contra peros.

 

Se acepta el compromiso y empieza el tono en la casa humilde. El mecánico llevó anticipadamente tres botellas de pisco de contrabando y se prepara el clásico pisco sour, ya casi olvidado en esos tiempos. Los novios están más juntos que nunca y hasta se les permite la licencia de un beso enfrente de los padres. En medio de la fiesta, Lizhet le susurra al oído a Marcos que quiere ir a pasear un rato.

 

Promesa de eternidad

Caminan despreocupadamente por las calles mal iluminadas del barrio, conversando sobre sus planes del futuro. La noche cae con su manto tenebroso, pero para ellos la luminosidad de su amor alimenta los ánimos y empiezan a planificar cuantos niños tendrán. Él quiere tres, ella dos nomás. Él quiere una casa propia y ella quiere terminar el colegio. Él quiere después irse a vivir a la Ciudad Buena y ella también. Quieren progresar, que sus hijo puedan salir de la miseria en que ellos crecieron. Él le promete que lo de pasero será hasta que logre conseguir un carné de trabajo legal y así salir del barrio, no es imposible, otros lo han logrado. Entrelazadas sus manos, la cabeza de ella reclinada en el hombro de su amado. La mano libre acariciando la mejilla del amor de su vida, sus palabras suaves, las risitas cómplices, la parada al mismo tiempo de los dos para besarse un momento dejando que el mundo desaparezca en medio de la caricia más completa que se han dado en la vida…

 

¡De pronto! un frío los sobresalta. No están en un sector conocido, caminaron tanto que están en el inicio de un canchón despoblado, tratan de recuperar el sentido de orientación pero, cuando intentan regresar por la calle que los condujo hacia allí, unas sombras salen de lo profundo. Marcos cuenta hasta siete tipos y rápidamente piensa en su navaja multiusos de trabajo que siempre carga, calcula sus fuerzas, la vía de escape posible y descubre con desesperación que están en una trampa perfecta. La más próxima vivienda con luz encendida está a cuatro casas y sabe que nadie saldrá a defenderlos. Los tipos se acercan y él trata de identificar algún rostro conocido, pero nada. Entonces mira a Lizhet y ella le suplica entrecortadamente: –no dejes que me toquen Marcos, por favor, sabes que yo nunca… no… no por favor no los dejes… -.

 

¿Cómo prometerle algo así?, cuando sabe que a lo máximo logrará despacharse a dos de los tipos antes que lo sableen. ¿Cómo prometerle algo así?, cuando sabe que ellos se ensañarán con ella por tener la piel suave y el olor a niña crecida tan reciente y, por supuesto, también con él. Pero ¡Sí!, sí puede prometerle eso. Entonces mete la mano en su bolsillo y arma la navaja. Pasa un brazo por los hombros de su amada y le tapa los ojos. Levanta la mano armada hacia los maleantes que ya están cerca riéndose de su buena suerte. Le dice al oído a su amada que la ama y ella responde que lo esperará siempre, entonces apoya la punta de su arma en el cuello de ella y hace un rápido corte, preciso y contundente. Los tipos se detienen, miran como el cuerpo de ella cae fláccidamente a los pies de su amoroso asesino, pero es sólo un momento, la diversión continúa para ellos y avanzan mientras Marcos cae de rodillas llorando desconsoladamente…