Ilaco del cielo

Ilaco del cielo, Ilaco con rabia, Ilaco que muere, Ilaco que muerde y defiende lo que ama...

Ilaco del cielo, Ilaco con rabia, Ilaco que muere, Ilaco que muerde y defiende lo que ama...

La simpleza en la vida de un perro, es proporcional con el grado de dificultad de la existencia de su amo. Esta perruna vida se puede agravar con la degradación del dueño, dicho de otra forma: que el amo se vuelva drogadicto.

 

Y eso le pasó a Ilaco. Las circunstancias de la vida que llevó este perro se rigen por su amor fiel y la desidia progresiva de su amo Jorge. El cual, siendo traído a esta ciudad de impersonales voces junto a su hermano mayor, fue acomodado en un colegio nacional de marca callejera. Su hermano ingresó a una carrera de solvencia dudable en una Universidad triste de edificios viejos. Pero, después de tratar de convivir cada uno en su soledad, los dos, hermanos solamente en las cartas de sus padres, se alejaron anímicamente. Jorge, para cubrir esta carencia se consiguió un perrito, de raza indefinida pero muy cariñosito el cachorro. Describir el rostro de rasgos más que humanos del can será de índole celestial, más bien, cabe mencionar el cariño excesivo hacia su amo, que es de memorable recuerdo, sólo recuerdo…

 

CAMINO AL MAL

 

Realmente la vida fue bondadosa con Ilaco en esos primeros meses. Comía del mismo plato que su amo, bueno casi, pero que Jorge le daba el mismo alimento que él consumía era cierto. Ilaco: perro de la universal mutación causada por la soledad del hombre errante, antiguo cazador que requirió su compañía al lado del fuego. Ilaco del cielo. Ilaco del camino que conduce el amor fidedigno a tu dueño, hacia desfogues jugueteros y correrías de plazas y parques. Ilaco de fe sin limites hacia el mundo humano, nunca conoció (antes del vicio), el desprecio ni el dolor. Él vio con ternura el paso de su amo por los caminos del estudio, del adolescente ingenuo, del amor temprano, hasta del pequeño mundo creado en donde él era compañero del más audaz y ricamente dotado Jorge, que nunca, nunca sufría de amor en todas las aventuras maravillosas que vivían en ese lugar de la imaginación.

 

El hermano erudito terminaba su carrera a velocidad de necesidad monetaria. Lo logró al final de un día terrorífico, en el que la despedida sería inmediata, viajaba a Lima, a ser otro, a olvidarse de su origen, a olvidar padres y hermano contento de puro orgullo. Lo olvidó todo.

Así, Jorge, entendiendo la verdad de la lejanía, se ahuecó el alma y por ella dejó el mundo y se sumergió en uno de sentidos aumentados, se metió en drogas, de las que se fuman, de la especie de la Canabis Sativa, marihuana…

 

Él no se percataba de su cambió. El dinero todavía llegaba con moderación de sus padres, anclados en ese pueblo demasiado serrano para que lo visiten. Ese dinerito sacrificado, no le alcanzaría por tiempo indefinido, dado el aumento progresivo de las dosis consumidas. Pago pato entonces la comida de Ilaco en primer término, los estudios medio acabados, los artefactos duramente ahorrados y al final el alimento para el cuerpo del muchacho. Jorge tuvo entonces, para cubrir gastos, que conseguirse un trabajo mal pagado y de índole nocturno: trabajaba limpiando un burdel por las mañanas. Luego del trabajo, durante la noche, el humo del Ganges lo envolvía llevándolo a lugares donde él era el rey, amo y al final esclavo.

 

Ilaco corrió por el mundo limitado de su fidelidad, al no tener comida hogareña, aprendió el arte del reciclaje callejero. Andaba desde la mañana junto con su amo a su trabajo, luego desaparecía su cuerpo moteado y peliduro, por las venturosas torrenteras y demás basureros que de una parte a este tiempo proliferan en la ciudad antes blanquísima. Contento regresaba al golpe de la tarde y sin rencores alimenticios esperaba en la puerta del cuarto la llegada de su amo. Por más que la libertad gratuita le incitaba al alejamiento perpetuo, el fiel recuerdo de su juventud pasada con Jorge lo ataba fuertemente a ese esperpento.

Y es que era de lástima sincera el fondo alcanzado por Jorge, terrible en sus depresiones se olvidó de su vida y solamente existía ya para el trabajo agotador y para el viaje irreal de su verdad. Ilaco siempre lo recibía con lambidas de gozo y nunca lo molestaba mientras con los ojos rojizos y vidriosos, Jorge babeaba laxitud y pereza.

 

EL CONTAGIO

 

En una de sus andanzas mañaneras, Ilaco entro en la visión de otro perro pero, éste tenía la mirada de perdición mortal. Babeaba como si tuviera sed, pero el agua cristalina no calmaba la grandísima cólera que lo llenaba, y, al ver a Ilaco: ingenuo y flaco, lo atacó. Ilaco recibió la dentellada con estoicismo y sin casi respirar, lo esquivó al segundo ataque y… corrió ¡Qué le quedaba! La diferencia estaba clara. Al llegar a casa, Jorge por primera vez en meses, se preocupó de su perro y lo curó con amor, con sus ojos por una época no sanguinolentos. Después como todo buen pichanguero, volvió a las perdidas madrugadas. Lástima de perro, a Ilaco le quedó a esperar su destino.

 

Ya tenía el síntoma en su organismo. Lo manchaba bucalmente, delatándolo. Él notó los cambios con terror, ya no controlaba su cuerpo, la ira estaba en todas sus actitudes y lo desconcertaba. Mas, al llegar a casa, reprimía estas nuevas actitudes. La fidelidad actuaba como sedante para con Jorge. No lo atacaba como lo hizo con casi todos su compañeros de carroña, al contrario, se volvió cariñosísimo con él. Su poca lucidez le indicaba el final de sus días y los pensaba disfrutar con ese remedo de única familia.

 

EL COSTO DEL VICIO

 

Jorge, en su adicción, había contraído una deuda con su proveedor de droga. Un sujeto de mala calaña, de ojos de rata. Raro era que Jorge al verlo sintiera alegría, el rostro era detestable, ¡Indescriptible!, Y lo fue mucho más un día en que llegó a la casa de Jorge con toda su fetidez maleada. Irrumpiendo salvajemente en el cuarto apenas se abrió la puerta, exigió el pago completo de los pases acumulados por el joven. Este, al no tener nada ¡Nada! solo atinó a moverse rebuscando por la habitación poniendo nervioso al ave de carroña que, sin dejar de preguntar sobre su dinero, se paseaba rápidamente por un semicírculo en el suelo de tierra del cuarto. Llegando a desesperarse, el proveedor en un arranque de ira se abalanzó sobre Jorge con su herramienta de cobro (cuchillo), y se lo insertó en medio del pecho adicto y confuso de Jorge, desgarrando hacia abajo una vez ya iniciado el asunto en cuestión que era matarlo.

 

Ilaco llegaba alarmado por los tonos grandilocuentes de la discusión, llegó a la muerte terrena de su amo, familia mal venida, adoración fidedigna, su amor de carajos efímeros, de caricias a medio facturar; Nada mas necesitó para lanzarse en un ataque suicida contra el agresor de su dueño y clavándole los dientes en diferentes partes carnosas, dejó su rastro enfermizo en la sangre del asesino. Por la pena impuesta a esta narración diré que una patada certera se alojó en las costillas y pulmones ya de por si destrozados de Ilaco, supeditándolo a una muerte lenta.

Conclusión previsible, es que el vil se alejó y, como ya es costumbre en este barrio, nadie vio nada… ni yo tampoco, da vergüenza decir. El vil pensó con su ignorancia: «¿Y si tenía rabia el perro?, ummmhhh no creo muerto el perro, muerta la rabia», y se olvidó de su acto. Ilaco descansó sus recuerdos en el pecho frío de su amo y expiró.

 

Yo los encontré así y reconstruí la historia con la escena que presencié. Ilaco fue hasta el fin fiel y tranquilo para con su amo, su venganza fue hecha y luego comprobada con los meses y reportes periodísticos, cuando al delincuente ese lo encerraron en la cárcel y murió de Rabia. Pero lo que siento, es no haber ayudado a Jorge y a Ilaco. Lo siento en mi alma cobarde y le dedico estas líneas a su fidelidad eterna.

 

 

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