Las mujeres que esperan

 

Las mujeres de nuestra tierra esperan a que ellos vuelvan, sus hijos, sus esposos, sus hermanos, y se inventan retornos para evitar llorar por la tristeza...

Las mujeres de nuestra tierra esperan a que ellos vuelvan, sus hijos, sus esposos, sus hermanos, y se inventan retornos para evitar llorar por la tristeza...

Ellas están en los pueblos de estas tierras del Sur. Todas tienen el rasgo característico de la espera que son los ojos anhelantes, de esos que miran más allá de lo insondable de la barrera del horizonte. Puestas a prueba, podrían oler el aroma del que se fue a kilómetros. Y es que sus hombres partieron hace tanto tiempo ya…

Las mujeres que esperan se hallan desperdigadas por la ciudad, el pueblo, el caserío, pero todas ellas comparten el lugar en común al costado de la plaza mayor. Allí se reúnen en las tardes a tejer mitones de colores para las manos de sus hombres. Todas conversan de una manera especial, con susurros para poder escuchar la voz del que se fue cuando las llame por su nombre y venga corriendo a su encuentro.

ELLAS Y EL DESEO EN LA PIEL…

La tarde las llama a mirar el ocaso, trasponiéndose enfrente del maravilloso cielo de verano, con la bola roja metiéndose inexorablemente en la tierra, causándoles a todas ellas cosquillas de deseo reprimido y nunca satisfecho en las largas noches en las cuales rememoran al ausente, tan paciente en el arte de amar!!. Y es que para ellas el no habido siempre se termina transformando en uno solo: uno bueno, amable, trabajador y sin suerte para los negocios. Porque por eso se fue de su lado. Nunca por no quererlas a ellas o a sus crías, sino por no tener frejoles con que alimentar tanta boca engendrada.

En los cielos, el sueño del retorno en cada lluvia de invierno, con cada gota fría alumbrándoles el sentimiento de desprotección en el que se ven sumidas. Ya en la noche, se retiran a las camas vacías de hombre, más, llenas de niños en las cuales se refugian como justificando su miedo a buscar otro destino.

Pero el destino las encuentra. A algunas las halla en la vuelta de una esquina, donde son sorpresivamente sometidas y, en el asombro de la tarea, se dan cuenta que el cuerpo pide y da sin remordimiento. A otras las encuentra en la puerta de la casa ante la llegada de un pariente no tan consanguíneo en las horas más inesperadas de soledad, cuando el calor se les ha subido y la humedad es total. Nueve meses después, crían hijos de la desventura, con un sentimiento de culpa que no las abandona y que las hace criar a los hijos del que se fue como reyes y a los de la aventura con el rigor de la desventura.

Para el vástago que se parece al hombre de sus vidas hay sancochado, adobo, parrillada y postre. Para el hijo del aire, emparedados de golpe y andar por el mundo sin padre por regresar y con el original fugado por no hacerse responsable de él.

ESCONDIENDO EL TIEMPO…

Las que esperan saben de memoria el amor que tienen. No respiran fuerte por miedo a dar viento contrario con sus suspiros a la brisa que trae de retorno al que está lejos. Ellas, que ven todo en la suerte de las barajas, se preguntan entre ellas cuando regresará el extrañado. Siempre es la misma respuesta de pronto y ya llega. Pero no desfallecen en la espera, reconstruyen cada quince días las casas por miedo a que el ausente no reconozca el hogar, la ciudad o el mundo dejado. Ponen señales de amor eterno en las rocas del camino a casa para que el hombre sepa que le esperan con los brazos abiertos. Pintan de nuevo fachadas e inventa juegos en los que se repiten las comidas favoritas para cuando llegue el que se fue. Las alacenas llenas de licor y cigarros, de periódicos de ayer y frescas flores. Los patios traseros llenos de imágenes de los santos de los viajeros para que nunca los desamparen y los tengan acurrucados entre sus brazos.

Rezan igual a Ángeles de los cielos y de los infiernos también, para que combatan por ellos a los demonios y espíritus de Dios que traen la muerte entre sus voces de guerra. Las que menos tienen que perder por ser jóvenes y tener las ancas bien puestas, no desperdician el tiempo en mantenerse bellas. La experiencia de las antiguas revela que el cuerpo de la mujer es posible de conservarse si no se trajina demasiado, es decir si no se usa por donde se sabe.

Es por eso que ellas aprovechan los descansos de las tareas para ejercitarse en el arte de conservarse jóvenes, llegando muchas de ellas a tener centurias sin que necesiten retoque de arqueología, cremas ni puntadas de médicos carniceros. El amor las mantiene y conserva, las llena de fuerza en sus músculos, levanta el pezón de su pecho hasta el infinito y combate la gravedad de sus nalgas de textura de diosa impoluta.

Las mujeres que esperan caminan por la ciudad sin sombras que las sigan puesto que la suya se fue detrás de los hombres que un buen día se fueron y que no regresan nunca a decirles si murieron en los campos de esclavos de plátanos estadounidenses, en las guerras sin sentido estadounidenses, en las calles drogadictas estadounidenses o en las cárceles violadoras estadounidenses, de ese maldito país que se lleva a nuestros hombres para que se traguen el insulto de ser sudacas de mierda!!, que tienen que utilizar artificios de traficantes para poder salir adelante con dinero de fantasía que sólo es papel de mísera denominación que los hace vivir en la imaginación de sus hijos como los héroes que nunca les acariciarán la cabeza o patearán un balón con ellos en el lote baldío del final de la calle…

Las mujeres esperan cual sirenas entonando canciones, conjurando un tenue rumor de voz para atraer al que se fue y que regrese de una vez pues que ya se debe de haber cansado de quemar tanto sueño en tierra ajena y que regrese el muy querido a esta su casa con esta su mujer que para eso se metió conmigo o no??.

EL RETORNO…

Y así esperan a que llegue el que no retorna. Pero a veces, luego de centurias, el ausente regresa todo lleno de miseria humana, venga rico o venga pobre todos regresan con ese aroma a desesperación por no haber conseguido la satisfacción buscada. Al pasar por sus casas, les sobreviene el miedo de tampoco encontrar nada allí y se van de nuevo por el mundo para continuar esperanzados en el día que volverán a sus tierras y contarán sus aventuras, regalar dólares y tener a la mujer a su lado, los niños alborotando y los vecinos y familiares escuchando extasiados sus historias.

Y se van a continuar ese sueño hacia otro país, mientras que las mujeres que esperan, en ese preciso instante pierden su capacidad de olerlos y ni se enteran que sus hombres volvieron, porque ellas también defienden su sueño eterno, que es morirse esperando para no saber la verdad de que si el que se fue regresa por ellas o lo hace porque está cansado de la vida de la que huyó al principio. Mientras tanto, las mujeres esperan…

CODA

Son más de dos millones de peruanos que salieron de nuestro terruño para buscar un futuro mejor en países del orbe mundial. Compatriotas que de manera legal, ilegal y hasta mortal se atrevieron a cumplir el sueño de progreso que al parecer se les negó en nuestro suelo. La mayoría de los que viajan ilegalmente son hombres. Ellos dejan atrás familias y esperanzas y muchos no regresan.

Cada año, unas 400 mil personas tratan de entrar a EE.UU. a través de su frontera con México, de ellos ¿cuántos serán peruanos?. La mayoría es detenida y deportada, pero muchos logran pasar y otros mueren en el intento. Aunque la mayor parte de los «ilegales» en Estados Unidos son de origen mexicano, miles de personas de otros países de América Latina y de otras partes del mundo utilizan a México como trampolín para buscar una nueva vida en el país del norte. Ellos cruzan el terrible desierto de Arizona, donde muchas veces quedan sus huesos blanqueando al sol.

Ellos tienen la esperanza de surgir adelante, de sacar a sus familias de una realidad que los desmoralizó. Para ellos el respeto de los que nos quedamos y sin resentimiento decimos que donde estemos si el corazón es rojiblanco se hace patria.

Por supuesto que la canción de esta Crónica es de Pedro Suárez Vértiz “Cuando Pienses en Volver”, que, personalmente allá en Argentina, Brasil y Paraguay, países en los que estuve, me hacía recordar que si regresaba algún día a mi país no sería por haber fracasado, sino por querer trabajar por que crezca y mejore…

 

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